Memorias de Atenas
He vivido tanto en estas dos últimas semanas que una vez de vuelta en casa me es inevitable sentirme un poco vacío. Un poco triste. Atenas ha resultado ser una lección de humanidad sin precedentes. Los quince días en los que más persona me he sentido de toda mi vida. Porque en Atenas he podido sentir en primera fila las que quizá sean las dos características más reales del ser humano: el sufrimiento y el dar a cambio de no recibir nada
El sufrimiento de miles y miles de refugiados que se encuentran encerrados en Atenas con muy pocas o ninguna perspectiva de futuro. Algunos desesperados, tristes, olvidados por un mundo que no abre los ojos. Solo uno de los muchos refugiados con los que he tenido la oportunidad de hablar tenía un país de asilo asignado. Los demás, a esperar y esperar. Un año, dos años y hasta los hay que llevan cinco intentando salir de las entrevistas -por las que pasan para poder salir del país- con éxito. Entrevistas que se preparan durante semanas y que resultan ser un golpe tremendo para ellos cuando no las pasan. Pude conocer a un sirio que ha sido rechazado hasta en siete ocasiones. Imaginen lo que puede significar eso.
Sufrimiento, el de miles de refugiados, que han visto cómo la guerra y la injusticia ha acabado con sus familias, con sus amigos, con sus casas, con sus sueños. He escuchado historias que me han estremecido la piel como nunca antes nada lo había hecho. Historias que no solo son impactantes por lo que cuentan sino también por la forma en que se cuentan. Casi sin preguntar, con total naturalidad y sinceridad. Y es así porque son historias que necesitan ser contadas. Y sobre todo, porque necesitan ser escuchadas y difundidas. Son historias que a partir de ahora me acompañarán para siempre. En cada momento de mi vida y en cada decisión.
Menciono que son historias que necesitan ser escuchadas y difundidas porque, ahora mismo, no lo son. Muy poca gente sabe lo que está pasando en Atenas con los refugiados. Muy poca gente sabe o quizá ni siquiera le importe que el haberle dado el Princesa de Asturias a la Unión Europea es, como mínimo, injusto. Porque no está actuando correctamente la UE cuando permite que no se acaten las cuotas de refugiados que a cada país le asignaron en su día. Un problema que no solo afecta a los refugiados sino también a los propios griegos, que están hartos y tristes por ser los olvidades de Europa. Griegos y refugiados son personas que sienten y padecen como todas las demás. Y el mundo les está dando la espalda.
Si de la situación de Grecia y los refugiados me llevo una importante lección de vida, también me llevo otra por parte de los voluntarios. El dar a cambio de no recibir nada es lo que hacen estos también miles de voluntarios que deciden acudir a la capital de Grecia a poner su granito de arena. Los hay que van para quince días, para un mes, para dos. Pero también los hay que viajan con billete de ida y sin billete de vuelta. En la lección de humanidad que me ha dado Atenas, ver cómo tanta gente es capaz de aprovechar sus vacaciones o dejarlo todo atrás para ayudar y apoyar a los refugiados ha sido increíble e inspirador.
He sido feliz intentado hacer feliz a quien más ayuda necesita. Creo que es algo que cualquiera que haya sido voluntario alguna vez puede decir. Y creo que el mundo sería un lugar más justo e igualitario si todos, de vez en cuando, nos propusiéramos dar sin recibir nada a cambio. No solo he sido feliz por ello, también por haber convivido con gente de lugares de todo el mundo por una causa común: Siria, Iraq, Camerún, Suiza, Alemania, Reino Unido, Palestina, Kurdistán, Estados Unidos, Chile, Francia, Grecia y cómo no, España. Me ha emocionado comprobar que los españoles éramos mayoría entre los voluntarios en Atenas. Chapeau por todos los que he conocido pero también por los que no he conocido y están haciendo todo lo posible para acabar con una de las mayores crisis de refugiados de la historia.
Me acordaré siempre de la cocina y el café de Khora; del patio de Jasmine School, de una plaza de Exarcheia donde cada noche se reúnen voluntarios y refugiados para compartir vivencias, sentimientos y cultura; del almacén y la gran labor de SOS Refugiados; de ver cómo a pesar de todo muchas de las personas refugiadas no han perdido la sonrisa y las ganas de vivir. Me acordaré siempre de que en mis dos semanas en Atenas fui más humano que nunca. De que, en Atenas, descubrí que creer en la humanidad no es para nada una utopía. No todavía.
شكر, ευχαριστίες, thank you, gràcies y gracias a todos los que han hecho de esta experiencia algo inolvidable.